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Ana Valdés agora158 at gmail.com
Tue Mar 27 00:32:32 EST 2012


Oí por primera vez el término resiliencia de parte de unos biólogos que
investigaban desde una perspectiva paleoambiental los bañados y humedales
de la costa oceánica uruguaya. Lo usaban para referirse a la capacidad de
estos delicados ecosistemas para adaptarse a cambios en el nivel del mar
(que avanzó y retrocedió varias decenas de kilómetros desde el holoceno), y
más recientemente, responder al desecamiento por acción humana de amplias
superficies de bañado.



Seguramente este contacto inicial con el término me lleve a atribuirle un
matiz organicista. En ese mismo sentido, pensar las luchas sociales desde
la resiliencia me lleva a concebirlas desde una perspectiva de la
inmanencia, quizás bañada con algo de vitalismo. Este sentido de inmanencia
y organicismo que asocio al término es lo que me lleva al siguiente
razonamiento.



Imaginar una ciudad resiliente, como los bañados de Rocha o los
amortiguadores de los autos, me lleva a concebirla como una unidad o un ser
que reacciona flexiblemente a las agresiones externas, superándolas para
así continuar con su existencia. Ahora, ¿frente a qué tipo de agresiones es
que reacciona reslientemente? ¿Y qué tipo de existencia es la que esto
permite continuar?



Los ocupas de NY reaccionan frente a la crisis económica generada por
especuladores financieros, que amenaza el empleo, los ahorros, el crédito,
e incluso la cobertura social y otros servicios públicos, a partir de los
anunciados ajustes en el presupuesto público.

En Fukushima se reacciona frente a la crisis ambiental desatada por el
colapso de una planta nuclear, que trastoca la cotidianeidad de millones de
japoneses y amenaza sus vidas.



O sea, se reacciona frente a amenazas al sedentarismo apacible que permite
la vida urbana, y que acontecen en el corazón mismo de estas ciudades. O al
menos, la receptividad social lograda por estos movimientos se debe a ello.



El sedentarismo, obviamente, es una cualidad que se encuentra en el origen
de las primeras concentraciones urbanas y Estados. Agricultores, artesanos
y administrativos comienzan a fijar sus residencias en un emplazamiento,
donde obtienen protección para ellos y sus riquezas, frente a los ataques
de poblaciones nómades. Igualmente la agricultura ofrece seguridad de
alimento para la subsistencia, y las obras hidráulicas construidas
colectivamente en estos centros urbanos ofrecen seguridad de agua para
cultivar la tierra. Sabemos como sigue la historia, hasta llegar a la
biopolítica de Foucault, el suelo estriado de Deleuze y Guattari y la
metafísica sedentarista de Malkki. En los emplazamientos, el poder no sólo
ofrece defensa ante ataques (desde invasiones extranjeras hasta rapiñeros),
sino también cobertura social (desde salud pública hasta seguro de
desempleo); todo a cambio de que el individuo se disponga a trabajar y
vivir en un lugar fijo (domiciliación), aumentando la concentración de
riqueza en dicho emplazamiento.



Las amenazas a estas seguridades que ofrece la vida urbana, explican parte
del éxito de los ocupas de NY. Sus demandas sociales no sólo son totalmente
aceptadas en los países ricos, sino que son las que se encuentran en la
base de la vida urbana. Las ocupaciones tal vez sean entonces una forma de
protesta social característica del sedentarismo, del suelo estriado.



Es paradójicamente una movilización-sedentaria, a diferencia de la mayoría
de las movilizaciones sociales: la larga marcha de Mao, la toma de la
bastilla, los ataques de los malones indios a los emplazamientos de los
colonos durante la conquista de América, o hasta la “Marchas del silencio”
que todos los 31 de mayo recorre el centro de Montevideo: allí se marcha,
se camina, y -llegado el caso- se corre.



Alguien se imagina a miles de palestinos ocupando el centro de Jerusalem? O
miles de latinos ocupando Wall Street, reclamando su derecho a trabajar
legalmente? El contraejemplo perfecto de la ocupación de Wall Street quizás
sean las violentas movilizaciones que paralelamente realizaron jóvenes
inmigrantes en Londres, donde –justamente- predominaba el movimiento.



Los ataques a los que NY reacciona “resilientemente” son aquellos
representados por otra forma de movilidad: la especulación financiera
posibilitada por la movilidad de capitales. Sassen advirtió hace más de 20
años que las “ciudades globales” se vuelven amenazas contra la concepción
tradicional de ciudad: amenazan la soberanía y la cohesión social, sus
riquezas no son “derramadas” hacia el resto de la sociedad, ni
necesariamente permanecen allí, expulsan a las industrias de la planta
urbana, no generan empleos para la clase media, ni se integran
territorialmente con el entrorno. La ciudad global y la especulación
financiera de Sassen tal vez sean una forma que actualmente asume la
máquina de guerra de Mil mesetas, reaccionando contra los aparatos de
captura estatal. Los aldeanos de NY observan como las murallas de la ciudad
ya no ofrecen seguridad frente a una nueva forma de movilidad que amenaza
sus riquezas.



Es de esta forma que las ocupaciones de NY muestran a la ciudad como un
organismo resiliente, que reacciona frente a la movilidad de capital y la
especulación financiera global que amenazan sus riquezas. Y la ciudad
reacciona sedentariamente: culo en el piso de Wall Street para impedir a
los piratas acceder a los puertos y zarpar con sus botines.



Algo similar sucede con Fukushima: durante décadas se supo de la amenaza de
una crisis nuclear. Chernobyl puso el tema sobre la mesa, pero Ucrania
quedaba lejos. En las últimas dos décadas parecía una cuestión superada,
mientras Bush y la AIEA frenaran la amenaza nuclear de Sadam. Sin embargo,
la crisis explota adentro de las murallas de las ciudades, como un caballo
de Troya construido por los propios ingenieros japoneses, en medio de sus
apacibles ciudades.



El razonamiento es discutible y no suficientemente fundamentando. Pero creo
que debe servir para plantear un punto que me interesa discutir: si la
ciudad desarrolla mecanismos de resiliencia, esa resiliencia va a responder
adaptando y sosteniendo la razón de ser de las ciudades, lo que debe
limitar las expectativas sobre un eventual horizonte utópico del fenómeno.
Tanto en NY como en Fukushima se trata de movimientos conservadores. Por
supuesto, conservadores como uno, que también es sedentario, y feliz con
las garantías relativas que ofrece el biopoder.


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